El
lunes 26 de enero de 1626 onomástica de San Policarpo, la ciudad de
Salamanca se despierta bajo un cielo gris plomizo que amenaza con
desatar toda su furia sobre la capital. Durante el sábado y domingo,
la provincia había sufrido los estragos de una terrible tormenta que
en esos dos días, los fuertes vientos y la copiosa lluvia habían
hecho subir alarmantemente el nivel de las aguas del Tormes.
Restos de San Nicolas. Fuente La Gaceta de Salamanca. |
El
año, que había empezado como lo finalizó el anterior, con fuertes
nevadas y abundantes lluvias parecía presagiar que los campos
tendrían agua suficiente para mantener las cosechas venideras. Pero
ese mismo día 26, a las cuatro de la tarde vuelven la lluvia y el
fuerte viento a hacer acto de presencia. Algunas casas dentro de la
ciudad al no poder soportar la cantidad de agua recibida y los
estragos que el vendaval está produciendo, acompañado por los
deficientes materiales con los que se habían construido se vienen
abajo, presagiando la catástrofe que se cerniría horas más tarde
sobre parte de la capital salmantina y el vecino municipio de
Tejares.
Cuando
a las nueve de la noche, muchos de los habitantes de la ciudad están
durmiendo o preparándose para ello, una furiosa corriente de agua y
barro producida por las lluvias y el deshielo de las sierras de Béjar
y Gredos que han ido vertido sus aguas a los afluentes del río
Tormes y que traen consigo los trágicos frutos cosechados en los
pueblos por los que han ido pasando, cubre todos los ojos del Puente
Romano, convirtiendo este en una gran presa, con vigas, árboles y
diverso material de las casas y haciendas que han ido derribando en
los cercanos pueblos de Aldealengua donde desaparecen 20 casas, en
Amatos otras 3 casas, Aldeatejada otras 3 viviendas o Encinas y
Huerta que han visto desaparecer bajo las aguas a medio pueblo. Los
campos, tierras y casas más cercanos a las orillas del río son los
que sufren los primeros envites de las embravecidas aguas, aunque
esto no sera más que el comienzo de una noche de pesadilla. Todo el
barrio de curtidores desaparecerá o quedará prácticamente
destruido junto con las huertas, aceñas, molinos de trigo y campos
de cultivo cercanos a las riberas del Tormes, que quedarán cubiertos
por la arena del río.
Todo
el material que fue arrastrado por el río y depositado en el Puente
Romano hace que por la presión que en él se ejerce pierda cuatro de sus ojos en las primeras horas, en las sucesivas perderá otros seis, todos ellos de la parte del Arrabal y que al juntarse las aguas retenidas con las
del cercano arroyo del Zurguén, que trae abundante caudal, alcance en
los momentos de mayor avenida de las aguas una anchura de 15
kilómetros. Esto hace que el agua al revocar, entre por la
Puerta de San Pablo hasta la cercana iglesia de Santo Domingo
anegando y destruyendo, algunas de las edificaciones allí cercanas.
Diversos
conventos como los de San Lázaro, Trinidad Descalzos, Carmelitas
Descalzos, Premostenses, Agustinos, Colegio de Santa María de la
Vega y Colegio de los Niños Huérfanos y las iglesias de San
Nicolás, Santa Cruz, Santiago, San Lorenzo y la Trinidad así como
el Hospital de Santa María la Blanca que se encuentran asentados en
la vega y arrabales cercanos, serán destruidos o seriamente dañados.
Dibujo de Anton Van den Wyngaerde, desde el Arrabal, 56 años antes de la catástrofe. |
Varios
nobles como: Don Alonso de Bracamonte, que saca con su caballo a
mucha gente que era arrastrada por las aguas del río, Don Baltasar
de Herrera que socorre y da sustento a los afligidos salmantinos, Don
Ioseph de Anaya que arrojándose a las turbulentas aguas, salva a más
de algún desdichado de morir ahogado o el Regidor Lorenzo Sánchez
Aceves que socorre y alimenta a las Agustinas Descalzas llevándolas
a su casa, dan muestra de los difíciles momentos por los que se
estaba pasando en las orillas del Tormes. También cabe destacar la
inmensa labor que los estudiantes de los diversos Colegios
Universitarios hacen al prestar auxilio a mucha de la gente que en
esos momentos lucha por salvar no sólo su vida, sino también las
pocas posesiones que hasta entonces han disfrutado y que en algún
que otro caso les supondrá la pérdida de algunos de sus compañeros
en ayuda del prójimo.
Restos de la iglesia de San Lorenzo |
Estos
son los primeros y peores momentos de la catástrofe, ya que la
escasa luz que aportan las antorchas y candiles con la que trabajan
los salmantinos que salen en ayuda de los damnificados, sumado al
frío, la lluvia y el viento que les acompañan, hacen que los
trabajos de salvamento se vean guiados más que por la vista, por las
voces lastimeras de los moribundos y heridos que pidiendo auxilio
salen de entre los escombros en los que muchos de ellos se hayan
sepultados.
Para
socorrer a los vecinos de la parte derecha que han quedado
incomunicados del resto de la ciudad y que pasan las peores horas del
temporal a merced de las inclemencias del tiempo, sin otro parapeto
que les proteja del agua y del viento, que las ruinas de sus casas,
se les hace llegar dos barcos con hombres y material, que con más
pena que gloria cruzan las peligrosas aguas del Tormes.
Durante
toda esa noche y parte del martes 27, los salmantinos se vuelcan en
el auxilio de los que lo han perdido todo ayudando a recoger lo poco
que las aguas no les han arrebatado, o se afanan en dar sepultura a
los innumerables fallecidos que han ido recuperando o sacan del río
los cuerpos de los que son arrastrados por la corriente.
Para
poner remedio a la situación de pobreza y desamparo en la que muchos
de sus ciudadanos han quedado, en los días siguientes, el
Consistorio, la Universidad, Colegios y los Conventos que no se han
visto dañados por la riada, ponen a disposición de los afectados
todo los medios y alimentos de que disponen o pueden recoger. Esto
último les resultará altamente penoso ya que muchos de los molinos
donde se molía el grano para hacer pan han sido inutilizados por la
inundación, así como los almacenes donde se guardaba el grano y los
rebaños, que han desaparecido con las aguas.
La
ciudad tardará todavía algunos días en volver a poner en pie
algunas de las infraestructuras que han quedado dañadas.
De
los escombros que el agua no ha podido llevarse se levantarán nuevas
casas.
La
miseria a la que muchos salmantinos han sido arrojados en tan sólo
unas horas, tardará algo más en solucionarse.
Las
lluvias volvieron a causar otra avenida de aguas en febrero de ese
mismo año, pero con menores consecuencias que las que se sufrieron
en unas pocas horas de la noche del 26 al 27 de enero de 1626.
Diversos
pueblos o aldeas que hasta entonces habían figurado en los mapas,
fueron borrados de ellos para siempre como los de Centenrrubio,
Chinín, Azurguén o Narros del Río. Otros lograron sobrevivir a
esta riada Castañeda, Aldealengua, Santibáñez, Bocinas,
Andresbueno o Amatos.
Esta
riada supuso para Salamanca la pérdida de numerosos conventos e
iglesias que ya nunca se recuperaron, más de cuatrocientas cincuenta
casas, casi todas ellas extramuros destruidas, un millar más
dañadas, medio Puente Romano “desaparecido” por el ímpetu de
las aguas, 142 fallecidos y un valor en pérdidas de más de
ochocientos mil ducados de la época.
Estas
son las palabras de un testigo que quedó fuertemente impresionado por la riada:
«...Dios nos
mire con ojos de misericordia, que los nacidos no han visto semejante
calamidad...»
Parte del Puente Romano donde se aprecia la reconstrucción (1677) después de la riada. |
Otras Riadas importantes anteriores:
1256 RIADA DE LOS DIFUNTOS, noche del 2 al 3 de noviembre.
Como consecuencia de esta riada el
Convento de monjas Santa María de León en la Serna (Religiosas
Benedictinas de Santa
Ana)
fue destruido en su totalidad por lo que tuvieron que ser
trasladadas al convento-
iglesia de San Esteban de allende la puente, (en el Arrabal)
denominado así para diferenciarlo del otro San Esteban que se encontraba intramuros. El Puente Romano sufrió serios destrozos
y los
Dominicos se mudaron a la “Parroquial
Iglesia de San Estevan Proto-Martyr, con su cementerio, adherencias y
pertenencias”
desde su anterior morada en la Iglesia de San Juan el Blanco.
1422
Otra riada produce cuantiosos daños en
el convento de los Monjes Benitos, el Puente Romano y vuelven a ser
trasladadas la monjas del Monasterio de Santa Ana al interior de la
ciudad, a la Hermita de Santa Ana, en la calle Genova.
1498 RIADA DE SANTA BÁRBARA, 3
de diciembre.
Tras varios meses de lluvias y nieves
se produce una nueva avenida del Tormes que anega las vegas
cercanas a la ciudad y causa grandes daños en la parte izquierda del
Puente Romano, destruye la aceña del Arenal en el Arrabal, así como
varias casas cercanas a los muros de la ciudad y otras tantas
cercanas al Lazareto de la ciudad en el Arrabal.
"Agua
y nieve /y vientos bravos corrutos, /¡reniego de tiempos putos! /¡Ya
dos meses a que llueve!"
"Las
corrientes mezcladas y en vasta vorágine rompen, /Donde el puente en
declive siete ojos tiene menores /Que los demás", o, en fin,
que "Quebró la puente, de la que partió con su empuje tan solo
/ Un arco y le dañó únicamente en aquella parte / Que se sabe muy
bien que no hizo Alcides el fuerte, / Más poderoso que el cual jamás
otro alguno ha existido"
- Una
crónica sobre la riada de San Policarpo en Salamanca, y sus
consecuencias.
Bienvenido García Martín.
- Historia de Salamanca.Manuel Villar y Macías.
- Historia de la ciudad de Salamanca.Bernardo Dorado.
- Sucesos de la grande y furiosa avenida del
río Tormes.Carta-crónica de un estudiante de la Universidad de Salamanca enviada a la ciudad de Sevilla.
hola
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